martes, 5 de enero de 2010

El bien común

Ariza y Artest intercambiaron sus caminos este verano. Foto: NBA.com/rockets

Afirmar que el baloncesto es un deporte de equipo es una perogrullada de las de gama alta. Sin embargo, algo extraño debe tener esta simple afirmación que hace que, en más ocasiones de las previsibles, se olvide fácilmente de la memoria haciendo que los triunfos fundamentados en el colectivo nos lleven a una, en principio, absurda sorpresa.

Este es el caso -colóquense aquí todos los matices que se deseen- de los Houston Rockets durante este curso baloncestístico. Los texanos, que el año pasado partían desde el pelotón de los favoritos al haber conjuntado a tres grandes jugadores como Yao Ming, Tracy McGrady y Ron Artest, perdieron prácticamente de una tacada a sus tres teóricos referentes para esta temporada, lo que les hizo caer automáticamente del grupo de los equipos punteros. Un año de transición fuera de la postemporada parecía esperar a los de Adelman.

Pero nada más lejos de la realidad. La franquicia de Houston, una vez más, ha hecho del grupo su valor principal y, otro año más, se presenta dispuesta a plantear batalla sin reparar demasiado en los contratiempos que puedan surgir en su camino. Y son varios años ya mostrando esta -importante- actitud. Así, hasta cuatro jugadores: Brooks, Landry, Ariza y Scola promedian más de 14 puntos por partido a los que se les suman el incombustible Battier y el rookie Budinger que facturan algo más de ocho tantos por encuentro.

Todo un oasis en medio del desierto de egos que es la actual NBA. Precisamente, uno de los mayores anotadores de la década, y el jugador mejor pagado de la actualidad, parece el único impedimento capaz de truncar la maquinaria roja. T-Mac, acostumbrado al estatus de estrella que, sin duda, se ganó durante años anteriores decidió reclamar más protagonismo al regreso de su última lesión. Pero en estos Rockets en los que el bien general prevalece sobre el particular han sabido acallar su discordante voz a base de resultados.

El futuro del jugón de ojos semicerrados y sonrisa con denominación de origen parece, cada día, más fuera de Houston mientras que la franquicia continúa su particular batalla contra los tópicos individualistas que actualmente asolan la mejor liga del mundo.

sábado, 2 de enero de 2010

La naturalidad de ser el mejor

Duncan es defendido por Garnett, una de las rivalidades más célebres de la década. Foto: Onemanfastbreak.net

El dorsal de su camiseta sirvió a Andrés Montes para poner uno de sus acertadísimos sobrenombres. Tim Siglo XXI Duncan, que decía el jugón de la pajarita, ha sido elegido por ESPN el mejor jugador de la primera década del nuevo milenio, una decisión que, como todas, puede resultar discutible pero que, sin embargo, no se puede tachar de desacertada en ningún caso.

Su elección en el número uno del draft fue un anuncio de lo que a la liga le esperaba. Los Spurs, que venían de hacer una campaña desastrosa debido a la lesión de su jugador franquicia, David Robinson, seleccionaron al joven y prometedor pívot para crear su propia versión de las torres gemelas. Junto al militar, Duncan tuvo que readaptarse a la posición de ala-pivot, una ubicación que finalmente haría suya hasta el punto de que en la actualidad es muy difícil imaginar a un buen power-foward sin las características del de las Islas Vírgenes.

Es imposible concebir a los Spurs campeones sin su número 21, piedra angular en los cuatro títulos que la franquicia posee. Su primer anillo llegó en su temporada sophomore. En una NBA huérfana de Michael Jordan y afectada por el lock out que obligó a disputar una temporada regular de sólo 50 partidos el ala-pivot comenzó a implantar su disciplina llegando a ser coronado como el MVP de las finales, demostrando así que el relevo en la pintura de San Antonio, y en la liga, llevaba su nombre. Aunque lo mejor estaba, sin duda, por llegar.
La década que ahora se cierra sería la suya. Tres títulos más, todos ellos logrados en años impares, dos trofeos de MVP, su comparecencia en todos los partidos de las estrellas disputados y un dominio incuestionable en la posición de cuatro son su tarjeta de presentación. Su carácter introvertido, no suele protagonizar noticias fuera de las canchas, y el hecho de jugar para una franquicia pequeña y que ha hecho del juego defensivo su bandera le han restado la popularidad que su juego merece, aunque no han conseguido borrar su legado sobre el parqué.

Un juego de pies exquisito, un tiro de media distancia preciso y un ramillete de movimientos precisos e imparables son sus señas de identidad. Unas características que le han llevado a adquirir el sobrenombre de The big fundamental, algo sorprendente para un jugador que se inició en el baloncesto de forma tardía como él. Duncan se impone en esta elección a otros grandes de la historia como serán Shaquille O’Neal o Kobe Bryant, que durante estos diez años han conseguido ganar cuatro títulos cada uno, y lo hace como lo hizo sobre la pista, con una naturalidad que asusta.