Afirmar que el baloncesto es un deporte de equipo es una perogrullada de las de gama alta. Sin embargo, algo extraño debe tener esta simple afirmación que hace que, en más ocasiones de las previsibles, se olvide fácilmente de la memoria haciendo que los triunfos fundamentados en el colectivo nos lleven a una, en principio, absurda sorpresa.
Este es el caso -colóquense aquí todos los matices que se deseen- de los Houston Rockets durante este curso baloncestístico. Los texanos, que el año pasado partían desde el pelotón de los favoritos al haber conjuntado a tres grandes jugadores como Yao Ming, Tracy McGrady y Ron Artest, perdieron prácticamente de una tacada a sus tres teóricos referentes para esta temporada, lo que les hizo caer automáticamente del grupo de los equipos punteros. Un año de transición fuera de la postemporada parecía esperar a los de Adelman.
Pero nada más lejos de la realidad. La franquicia de Houston, una vez más, ha hecho del grupo su valor principal y, otro año más, se presenta dispuesta a plantear batalla sin reparar demasiado en los contratiempos que puedan surgir en su camino. Y son varios años ya mostrando esta -importante- actitud. Así, hasta cuatro jugadores: Brooks, Landry, Ariza y Scola promedian más de 14 puntos por partido a los que se les suman el incombustible Battier y el rookie Budinger que facturan algo más de ocho tantos por encuentro.
Todo un oasis en medio del desierto de egos que es la actual NBA. Precisamente, uno de los mayores anotadores de la década, y el jugador mejor pagado de la actualidad, parece el único impedimento capaz de truncar la maquinaria roja. T-Mac, acostumbrado al estatus de estrella que, sin duda, se ganó durante años anteriores decidió reclamar más protagonismo al regreso de su última lesión. Pero en estos Rockets en los que el bien general prevalece sobre el particular han sabido acallar su discordante voz a base de resultados.
El futuro del jugón de ojos semicerrados y sonrisa con denominación de origen parece, cada día, más fuera de Houston mientras que la franquicia continúa su particular batalla contra los tópicos individualistas que actualmente asolan la mejor liga del mundo.
Este es el caso -colóquense aquí todos los matices que se deseen- de los Houston Rockets durante este curso baloncestístico. Los texanos, que el año pasado partían desde el pelotón de los favoritos al haber conjuntado a tres grandes jugadores como Yao Ming, Tracy McGrady y Ron Artest, perdieron prácticamente de una tacada a sus tres teóricos referentes para esta temporada, lo que les hizo caer automáticamente del grupo de los equipos punteros. Un año de transición fuera de la postemporada parecía esperar a los de Adelman.
Pero nada más lejos de la realidad. La franquicia de Houston, una vez más, ha hecho del grupo su valor principal y, otro año más, se presenta dispuesta a plantear batalla sin reparar demasiado en los contratiempos que puedan surgir en su camino. Y son varios años ya mostrando esta -importante- actitud. Así, hasta cuatro jugadores: Brooks, Landry, Ariza y Scola promedian más de 14 puntos por partido a los que se les suman el incombustible Battier y el rookie Budinger que facturan algo más de ocho tantos por encuentro.
Todo un oasis en medio del desierto de egos que es la actual NBA. Precisamente, uno de los mayores anotadores de la década, y el jugador mejor pagado de la actualidad, parece el único impedimento capaz de truncar la maquinaria roja. T-Mac, acostumbrado al estatus de estrella que, sin duda, se ganó durante años anteriores decidió reclamar más protagonismo al regreso de su última lesión. Pero en estos Rockets en los que el bien general prevalece sobre el particular han sabido acallar su discordante voz a base de resultados.
El futuro del jugón de ojos semicerrados y sonrisa con denominación de origen parece, cada día, más fuera de Houston mientras que la franquicia continúa su particular batalla contra los tópicos individualistas que actualmente asolan la mejor liga del mundo.