Sólo ha sido un mero secundario dentro del baile de grandes contratos que se produjo durante la jornada de ayer, pero, sin comerlo ni beberlo, Sergio Rodríguez se encuentra ante la que es su gran oportunidad dentro de la NBA al desembarcar en New York involucrado dentro de la operación McGrady.
El canario llegó hace cuatro años a la NBA, con el título de campeón del Mundo bajo el brazo. Sergio aterrizaba en una liga que, en teoría, premia el juego ofensivo y alegre en detrimento de los sistemas defensivos y la obsesión por la táctica que en ocasiones amordaza al baloncesto FIBA. Todo parecía estar, por lo tanto, a su favor de su aventura americana. Tenía tiempo, llegó sólo con 21 años, y talento para hacerse un hueco entre los grandes.
Durante aquella época -aunque todavía queda algún trasnochado que sigue en sus trece- Sergio tuvo que luchar contra aquellas voces agoreras que dicen que un jugador europeo debe dominar el viejo continente antes de probar suerte en Estados Unidos. Una teoría que, incluso, el gran Aíto quiso aplicar a Pau cuando era su entrenador en el Barça y que, afortunadamente, ha quedado en desuso tras los éxitos de jugadores como Nowitzki o Parker.
Pero el principal problema que se encontró el canario no fue su juventud, similar a la de otros compañeros de promoción procedentes del draft, sino el de un entrenador que, simplemente, nunca confió en él. McMillan tenía -y tiene- una visión muy clara de lo que quiere para sus Blazers. Unos planes que, sin duda, han dado sus frutos pero que no incluían al joven base.
No obstante, ésta no fue la última bofetada que Rodríguez se ha llevado. Este verano El Chacho llegó a Sacramento donde tampoco ha conseguido abrirse un hueco en la rotación del equipo pese a no realizar malos partidos en la época en la que dispuso de oportunidades. En esta ocasión un prometedor rookie, Tyreke Evans, se cruzó en su camino.
Pero finalmente, cuando más oscuro parecía estar, se abre una luz en el futuro de Mojo Picón. Los Knicks de Mike D’Antoni, el mismo que dio luz verde a su traspaso desde Phoenix a Pórtland la noche del draft en el que Sergio fue seleccionado, llegan a la vida del jugón. De rebote, sí, pero llegan. Con la sola competencia de Duhon, un base de perfil bajo, y de Eddie House, un tirador reconvertido a uno en Boston por la falta de efectivos, Rodríguez debe estar en posición para hacerse con un hueco en la escueta rotación del técnico italo-americano.
Run&gun, poca responsabilidad defensiva y un público falto de alegrías son los argumentos que corren a su favor. Pero lo mejor, es que sólo depende de él.
El canario llegó hace cuatro años a la NBA, con el título de campeón del Mundo bajo el brazo. Sergio aterrizaba en una liga que, en teoría, premia el juego ofensivo y alegre en detrimento de los sistemas defensivos y la obsesión por la táctica que en ocasiones amordaza al baloncesto FIBA. Todo parecía estar, por lo tanto, a su favor de su aventura americana. Tenía tiempo, llegó sólo con 21 años, y talento para hacerse un hueco entre los grandes.
Durante aquella época -aunque todavía queda algún trasnochado que sigue en sus trece- Sergio tuvo que luchar contra aquellas voces agoreras que dicen que un jugador europeo debe dominar el viejo continente antes de probar suerte en Estados Unidos. Una teoría que, incluso, el gran Aíto quiso aplicar a Pau cuando era su entrenador en el Barça y que, afortunadamente, ha quedado en desuso tras los éxitos de jugadores como Nowitzki o Parker.
Pero el principal problema que se encontró el canario no fue su juventud, similar a la de otros compañeros de promoción procedentes del draft, sino el de un entrenador que, simplemente, nunca confió en él. McMillan tenía -y tiene- una visión muy clara de lo que quiere para sus Blazers. Unos planes que, sin duda, han dado sus frutos pero que no incluían al joven base.
No obstante, ésta no fue la última bofetada que Rodríguez se ha llevado. Este verano El Chacho llegó a Sacramento donde tampoco ha conseguido abrirse un hueco en la rotación del equipo pese a no realizar malos partidos en la época en la que dispuso de oportunidades. En esta ocasión un prometedor rookie, Tyreke Evans, se cruzó en su camino.
Pero finalmente, cuando más oscuro parecía estar, se abre una luz en el futuro de Mojo Picón. Los Knicks de Mike D’Antoni, el mismo que dio luz verde a su traspaso desde Phoenix a Pórtland la noche del draft en el que Sergio fue seleccionado, llegan a la vida del jugón. De rebote, sí, pero llegan. Con la sola competencia de Duhon, un base de perfil bajo, y de Eddie House, un tirador reconvertido a uno en Boston por la falta de efectivos, Rodríguez debe estar en posición para hacerse con un hueco en la escueta rotación del técnico italo-americano.
Run&gun, poca responsabilidad defensiva y un público falto de alegrías son los argumentos que corren a su favor. Pero lo mejor, es que sólo depende de él.