Phoenix es la sorpresa agradable de estos Playoffs. El que parecía una proyecto agotado al comienzo del torneo, no sólo se ha plantado en Finales de Conferencia de una manera más que digna -con un 4-0 a los Spurs incluido- sino que, en la noche de ayer, colocó el 2-2 en el marcador tras ganar los dos primeros partidos jugados en Arizona. Van a vender cara su derrota, probablemente a sabiendas de que esta puede ser su última oportunidad en mucho tiempo.
Parece el último resorte para un equipo fundamentado en la magia de Steve Nash. El doble ganador del MVP cuenta ya con 34 años y, pese a que sigue en un estado de forma excepcional, no le quedan muchos cursos más a pleno rendimiento físico. Pero, si la dirección y estilo del base continúa siendo el santo y seña del equipo, algo ha cambiado en el planteamiento de los del desierto. D'Antoni se fue, y con él la escuálida rotación de ocho jugadores como máximo. El banquillo ha cobrado especial importancia en los Suns, un refresco necesario para el veterano quinteto inicial.
Dragic, Barbosa, Dudley, Frye y Admunson son la otra cara de Phoenix. Sin una calidad especial o una técnica particularmente depurada, la segunda unidad de los Suns se ha caracterizado por imprimir energía e intensidad al partido, manteniendo e, incluso, dinamitando el choque a favor de los suyos. Erigiéndose en auténticos protagonistas del encuentro en varios momentos puntuales, y fundamentales, de la postemporada. Así, por ejemplo, en la noche de ayer fueron los encargados de finiquitar el encuentro ante los Lakers en el último cuarto o los 26 puntos que Dragic anotó en San Antonio en el tercer partido de la serie.
Una pareja es la que personaliza este cambio de rol, la formada por Dudley y Admunson. Dos de esos jugadores limitados en lo baloncestístico pero capacitados para vaciarse desde que ponen el pie sobre el parquet. Brega y lucha por bandera. Una aportación esencial en lo anímico. Siempre generosos en el esfuerzo, su actitud se contagia al resto del equipo en los momentos críticos. Así, no es raro verles salir a la cancha cuando el equipo se obceca, haciendo el papel de microondas que, en un principio, no deberían tener asignado. No aportan dirección, ni claridad de ideas, ni siquiera una anotación espectacular. Pero con ellos la lucha está asegurada y cada balón parece la última posesión de una final. Un comportamiento ejemplar que mantiene a los rivales a raya.
Los Suns ya no sólo juegan bonito y ahora imprimen mala leche cuando es necesaria. Una combinación que mantiene fresco y activo a uno de los grupos más veteranos de la liga. El lubricante que mantiene engrasada a la vieja máquina.
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