Existe un tópico bastante extendido en el baloncesto que dice que el trabajo duro vence al talento cuando el talento no trabaja duro. A lo que no hace referencia esta expresión es que, en ocasiones, la facultad de trabajar duro no deja de ser un tipo de talento. Un don con el que algunos deportistas nacen y que los diferencia del resto de contendientes. Además, se da la circunstancia de aquellas rara avis que a una facilidad para el juego innata unen una capacidad sacrificio extraordinaria. Teóricas excepciones, sí, pero que esta temporada se han dado cita en Boston, conjuntando el equipo más competitivo de la NBA. Porque lo que fue el nuevo Big Three, el núcleo que delvolvió a los míticos Celtics la gloria del triunfo, no se han conformado con su anillo. Han vuelto. Con el mismo espíritu. Con un miembro más.
Y es que ya no se puede hablar de un trío estelar. Porque dejar fuera de este estatus a Rajon Rondo sería demasiado injusto para con la atribución del veloz base. Porque creer que estos Celtics se han erigido como los máximos protagonistas de estos Playoffs -sin olvidar nunca a los Suns, claro- gracias a la calidad de sus superestrellas resulta demasiado simplista. En estos momentos, los verdes ejemplifican a la perfección el concepto de bloque, de conjunto, trasladado a una pista de baloncesto. Compactos. No hay por dónde meterles mano. Sin puntos débiles ni fisuras. Juegan duro. Defienden duro. Y pobre del que trate de cambiarles la dinámica.
Los Cavs se presentaron ante ellos con la vitola de máximos favoritos al anillo. Con una defensa presumiblemente inexpugnable. Con el jugador más decisivo de la liga. Pero a siete partidos un hombre, aunque en ocasiones parezca un cyborg, nunca va a eliminar a cinco. Y más si estos están dirigidos por un entrenador al que el presuntuoso apelativo de Doc no le queda grande. Juntos descubrieron el equivalente baloncestístico a la fórmula de la Coca-Cola, cómo parar a James. El Elegido llegó a la NBA sin una mecánica de tiro muy depurada. Una tara que se esforzó en remendar y que llegó a reemplazar por un más que fiable tiro de tres pero que escondía un recobeco que el estudioso coach Rivers supo explotar como nadie había hecho antes, El Rey tira mal de media distancia. Lo dice su rango de lanzamientos (ver). Lo confirma su prematuro adiós a la temporada.
Pero la ambición céltica pide más. Por ello no se han abandonado a la auto complacencia. Por eso ayer arrancaron la segunda victoria en Orlando dinamitando el factor cancha a unos Magic que se habían presentado en la Final del Este presumiendo de imbatibilidad. Antoni Daimiel achaca gran parte del resultado a una mala conducción de Van Gundy desde el banquillo de los de Disneyworld (leer). Una visión que puede resultar acertada, pero que responde a un escenario maquiavélicamente perpetrado por Rivers y magistralmente interpretado por sus soldados. A saber, los Magic carecen un base real que mueva el balón para su característico ataque basado en el triple. El rol que el año pasado asumía Turkoglu, vamos. Ése es el botón a presionar. Y en ello andan los de verde -con gran éxito-.
Un trabajo duro que de momento ha eliminado a dos de los máximos talentos del presente, Wade y LeBron, y que previsiblemente lo hará con un tercero, Howard. Pero en el que subyace un especial don para este tipo de empresas. El que poseen jugadores poco estéticos o especialmente dotados de clase o técnica como: Kendrick Perkins, Glenn Davis o Tony Allen. Pero que también poseen antiguos superclases como: Rasheed Wallace, Kevin Garnett o Paul Pierce. Auténticos artistas del juego duro. Perros viejos, con mil y una tretas para desquiciar a sus adversarios.
Espíritu, ambición y talento. Los Celtics, un año más, van en serio.
Y es que ya no se puede hablar de un trío estelar. Porque dejar fuera de este estatus a Rajon Rondo sería demasiado injusto para con la atribución del veloz base. Porque creer que estos Celtics se han erigido como los máximos protagonistas de estos Playoffs -sin olvidar nunca a los Suns, claro- gracias a la calidad de sus superestrellas resulta demasiado simplista. En estos momentos, los verdes ejemplifican a la perfección el concepto de bloque, de conjunto, trasladado a una pista de baloncesto. Compactos. No hay por dónde meterles mano. Sin puntos débiles ni fisuras. Juegan duro. Defienden duro. Y pobre del que trate de cambiarles la dinámica.
Los Cavs se presentaron ante ellos con la vitola de máximos favoritos al anillo. Con una defensa presumiblemente inexpugnable. Con el jugador más decisivo de la liga. Pero a siete partidos un hombre, aunque en ocasiones parezca un cyborg, nunca va a eliminar a cinco. Y más si estos están dirigidos por un entrenador al que el presuntuoso apelativo de Doc no le queda grande. Juntos descubrieron el equivalente baloncestístico a la fórmula de la Coca-Cola, cómo parar a James. El Elegido llegó a la NBA sin una mecánica de tiro muy depurada. Una tara que se esforzó en remendar y que llegó a reemplazar por un más que fiable tiro de tres pero que escondía un recobeco que el estudioso coach Rivers supo explotar como nadie había hecho antes, El Rey tira mal de media distancia. Lo dice su rango de lanzamientos (ver). Lo confirma su prematuro adiós a la temporada.
Pero la ambición céltica pide más. Por ello no se han abandonado a la auto complacencia. Por eso ayer arrancaron la segunda victoria en Orlando dinamitando el factor cancha a unos Magic que se habían presentado en la Final del Este presumiendo de imbatibilidad. Antoni Daimiel achaca gran parte del resultado a una mala conducción de Van Gundy desde el banquillo de los de Disneyworld (leer). Una visión que puede resultar acertada, pero que responde a un escenario maquiavélicamente perpetrado por Rivers y magistralmente interpretado por sus soldados. A saber, los Magic carecen un base real que mueva el balón para su característico ataque basado en el triple. El rol que el año pasado asumía Turkoglu, vamos. Ése es el botón a presionar. Y en ello andan los de verde -con gran éxito-.
Un trabajo duro que de momento ha eliminado a dos de los máximos talentos del presente, Wade y LeBron, y que previsiblemente lo hará con un tercero, Howard. Pero en el que subyace un especial don para este tipo de empresas. El que poseen jugadores poco estéticos o especialmente dotados de clase o técnica como: Kendrick Perkins, Glenn Davis o Tony Allen. Pero que también poseen antiguos superclases como: Rasheed Wallace, Kevin Garnett o Paul Pierce. Auténticos artistas del juego duro. Perros viejos, con mil y una tretas para desquiciar a sus adversarios.
Espíritu, ambición y talento. Los Celtics, un año más, van en serio.
1 comentario:
Yo sí que pensaba que Celtics harían buenos Playoffs a pesar de la temporada regular, pero ni de lejos al nivel que están demostrando. Como tu dices, es un EQUIPO, frente a algunas individualidades. Están axfisiando a las estrellas de los equipos rivales dejando hacer al resto de jugadores, que ante la falta de práctica se ven sobrepasados. Si no fuera porque en los Lakers juega Pau y en los Suns Nash, iría desde ya con ellos.
Saludos
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